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El lejano Este, o la isla de Flores

24 agosto 2009

Flores es una isla abrumadoramente católica, ya que fue colonizada por portugueses. Sin embargo, a la llegada a Labuanbajo fuimos recibidos por los característicos sonidos de los imanes llamando a la oración desde las mezquitas. Labuanbajo es un pintoresco pueblo pesquero según la guía. Según mi blog, en el que pongo lo que me parece, que para eso es mío, en realidad son cuatro calles en las que predominan los tejados de uralita y el olor a pescado secándose al sol. Los atardeceres con vistas a la marea baja del mar de Flores, viendo algunos barcos varados en la arena y pequeños islotes de fondo, configuran una bella estampa del lugar.

Desconozco el motivo por el cual Labuanbajo está lleno de zapaterías. Aquí vislumbré la oportunidad de sustituir dignamente mis castigadas zapatillas. Tras recorrer varias zapaterías y encontrar alguna cosilla interesante, llegó el momento ceniciento (el de probarse el calzado). Me está pequeño y no tienen un numero más. Repito operación en otra zapatería. Sucede lo mismo. Varias veces. Hasta que entro en una zapatería y pregunto directamente si tienen algún zapato del 43. El que sea. Y no tienen ninguno. No hacen calzado tan grande. No había caído en la cuenta de que en Indonesia soy un titán. Así que hasta que no caiga en un sitio más turístico, o en una ciudad más grande, no va a ser posible la sustitución.

Tomé un bus público para ir de Labuanbajo a Bajawa. El bus, que resultó ser un furgoneta grande, me recogió a las 5.30 de la madrugada en la puerta del hotel. Luego siguió dando vueltas por Labuanbajo recogiendo a más gente y a las 6.15 volvió a pasar por la puerta del hotel. Indonesia es así. Distribución del bus: carga en el techo, pasajeros en los asientos. Más carga en el pasillo: sacos de arroz y gallinas vivas entre otros. A medida que se llena el bus en las incontables paradas en el medio de la nada, el pasaje debe redistribuirse en techo y pasillo sobre la carga.

Flores, como isla volcánica que es, cuenta con un relieve de lo más abrupto. El itinerario fue una constante sucesión de subidas y bajadas. Al poco tiempo de salir de Labuanbajo, estábamos en las montañas. Después, de nuevo junto al mar. Otra vez en las montañas… Tras once horas metido en el bus, y un recorrido más de mar y montaña que la paella mixta, llegamos a Bajawa, a poco más de mil metros de altura.

Habitantes de Luba

Habitantes de Luba

Bajawa

Aunque me recibió una agradable temperatura, hay que decir que por la noche refresca. Es chocante ver en latitudes tropicales a algún ciudadano local vestido con parka, aunque debo reconocer que a mí una manguita larga me ha venido bien.

En los alrededores de Bajawa fui a visitar varios pueblos ngada tradicionales: Luba, Bena y Tololela, en las laderas del Gunung Inerie, un volcan que supera los 2000 metros de altura. Entre pueblo y pueblo anduvimos por el monte acompañados por un guía. Los pueblos que vimos tenían todas las casas distribuidas alrededor de una plaza cuadrangular. Para amortiguar los efectos de las fuertes lluvias, la plaza, en desnivel, esta aterrazada. En estos pueblos es habitual tener las tumbas en la misma plaza, frente a las casas. Mezclan las creencias animistas y católicas. Por ejemplo, las tumbas están coronadas por una cruz latina. Como contraste en la plaza se pueden encontrar los ngadhu (símbolo masculino en forma de sombrilla) y los bhaga (símbolo femenino en forma de casa) que representan los clanes de la población. Para complicar un poquito más la historia, también tienen influencia india, de la que conservan un estricto sistema de castas. Y para poner la guinda al ecléctico pastel de costumbres y creencias, hacen ofrendas en unos megalíticos altares. Como sucede en casi toda la isla de Flores (y sucedía en España antes de la irrupción del fútbol y los centros comerciales), el mayor edificio en todas las poblaciones es la iglesia. En los pueblos ngada, cuando se construye una vivienda, participa toda la población, lo que acelera el proceso de construcción. El pago no es pecuniario, sino en especie, celebrando un festín a la finalización de la obra. Las viviendas exhiben en su exterior, para orgullo y ostentación de sus propietarios, las mandíbulas de cerdo (hablo de ganado porcino) y las cornamentas de búfalo que se han sacrificado durante la celebración.

El día continuó con una visita a un río de aguas termales. Comimos nuestro picnic a base de arroz con la clásica combinación de los sistemas manual y digital, como en India, y ya estábamos preparados para el baño. El lugar elegido para bañarnos era el punto donde confluía un riachuelo de agua fría con el río de agua caliente. En promedio se estaba bien, pero según a qué lado del río nos dirigiéramos, el agua podía estar muy fría, o insoportablemente caliente. Las aguas termales daban unos tonos verdes y amarillos a las piedras, totalmente distinto a las del otro riachuelo. Intuyo que debía tener una alta concentración de minerales, por su ferruginoso sabor a reja de balcón. En este lugar unos indonesios me pidieron hacerse una foto conmigo, cegados de admiración ante el ejemplo de hirsutismo occidental.

Moni

De Bajawa a Moni viajé en otro bemo (híbrido entre bus y furgoneta) sobre el que apenas pasé seis horas. Moni es una población que a primera vista carece de atractivo alguno. Es poco más que una alineación de casas a ambos lados de una curva en la carretera. La planta hotelera es tan mala como en Bajawa. Aquí los hoteles están algo más sucios, pero es más facil encontrar uno con ducha y evitar bañarse con un cubo. En un segundo análisis más concienzudo, Moni sigue sin tener ningun atractivo, pero sí sus alrededores. He acabado pasando tres noches en este lugar.

En Moni me encontré con Sarah, una inglesa de brillante anatomía (había que ponerse gafas de sol para mirarla, de lo blanca que estaba), con la que coincidí en el barco de Lombok a Flores, y con la que pasé un día en Labuanbajo. Andaba preocupada por cómo salir de Flores, ya que no estaba segura de cómo conectar con su vuelo desde Bali, pero aun así seguía viajando hacia el este, alejándose más y más de su destino. Anduvimos un poco junto a los arrozales, hasta la vecina localidad de Woloara. Allí encontré un grupo de siete personas sentadas en el suelo formando un corro. Estaban en clase de inglés y me pidieron que me sentara junto a ellos. Comenzaron a hacerme preguntas para practicar inglés. Después se unió Sarah, maestra en Inglaterra, le cogió el libro al profesor y tomó las riendas del grupo.

El día concluyó sin agua corriente en todo el pueblo, y teniendo que ir a la acequia vecina a llenar cubos de agua para poder tirar de la cadena.

Al día siguiente fui con Raphaël, con quien he viajado tres días, hasta el Kelimutu, la gran atracción del lugar. El Kelimutu es un volcán con tres lagos de diferentes colores, según la concentración mineral, en sus cráteres. Pasamos cerca de tres horas andando alrededor de la caldera y por sus cercanías y bajamos a Moni a pie. En la bajada pasamos por pueblos y llegamos a una cascada. Junto a ella nos encontramos a Jean-Felix, al que yo no había visto nunca, y nos fuimos con él a unas aguas termales cercanas. Aquí vivimos escenas curiosas. En esta fuente de agua caliente se han construido dos pequeñas piscinas, una para hombres y otra para mujeres. Aprovechamos para bañarnos allí, con jabón, igual que los indonesios, siendo los tres únicos turistas entre la población local, y constituyendo el centro de todas las miradas. Como los estudiosos de la ley de Murphy ya habrán concluido, por supuesto, al llegar al hotel, ya había agua corriente en todo el pueblo.

En mi tercer día en Moni decidí pasear, esta vez totalmente solo, por los pueblos de alrededor. Una vez rebasados Potu y Woloara, los dos pueblos más cercanos a Moni, la experiencia se iba conviertiendo en mas auténtica. Al principio me encontraba con niños y adultos que me saludaban. «Hello, míster» es el saludo indonesio por antonomasia del indonesio al turista. También hay quien intenta vender o pedir algo (bolígrafos, galletas o tabaco). A medida que subí por la montaña, ya me encontré con gente que hablaba menos inglés, o nada en absoluto. Aquí fue donde me arrepentí de no haber aprendido algo más de indonesio (quizá debería eliminar la palabra «más»). Los adultos me miraban y saludaban, y los niños corrían a mí y me seguían. Una familia me invitó a sentarme junto a ellos ante la casa familiar. Y allí estuve un rato, compartiendo asiento con ellos sobre la tumba de su ancestro perfectamente alicatada, y tratando de comunicarnos con escasos resultados. Se me ocurrió sacar la cámara de fotos y todos querían que les fotografiara. Les resultó divertidísimo posar y verse en el visor. Allí mismo vimos una cabra recién parida limpiando a lametones los restos de placenta de los cabritillos, que aún no eran capaces de mantenerse en pie. Intuyo que estos niños no se van de granja escuela en verano, que no les hace ninguna falta.

Llega el momento de salir de Moni, así que cruzo la carretera, planto la mochila en la cuneta y, sentado sobre una piedra, me pongo a leer mientras espero a que pase algún medio de transporte dispuesto a llevarme. Pasó un bus local que me podía dejar en Maumere. Al subir, vi que era el único occidental y todo el mundo me saludaba y quería que me sentara a su lado. Poco después hicimos una parada técnica, que se convirtió en mecánica. Se pusieron a reparar (más bien toquetear) los bajos del bus. Sin embargo, no había motivo para alarmarse. Sólo fue una media hora de parada.

En algún lugar de la sinuosa ruta se sentó a mi lado una mujer con poderes sobrenaturales. Al igual que muchos asiáticos, era capaz de dormir en este agitado trayecto, lo que la hace digna de admiración, respeto y veneración. Tenía los pies sobre un saco de arroz, una mano asiendo la barra que tenía delante, para no caerse en las curvas, y con la otra mano sostenía de las patas una gallina viva.

Maumere

Y por fin la llegada a Maumere, el punto más oriental que voy a tocar en Flores. Maumere es una ciudad portuaria en la que he encontrado sólo un par de cosas interesantes. La primera, que tenían un lugar donde conectarse a internet. Precario, pero algo es algo. La segunda es que se come un pescado excelente. Fui a un restaurante en el puerto donde elegí el pescado que iba a engullir posteriormente. Pese a mi carencia de criterio piscícola, yo saqué a relucir mi rostro más analítico y reflexivo para elegir uno. Como dice el refrán: «Alla donde fueres, disimula como si supieres».

Salut.